Cuando salimos a la aventura, a la caza de las presas espirituales, pensamos siempre que habremos de volver a unas MORADAS, donde habrá amparo para lo atesorado, que no habremos de llevar siempre a cuestas. Punto de reunión, para el contacto, para el cambio, para la confrontación de hallazgos, pero lugar donde toda conquista del espíritu, donde todo descubrimiento del arte y de la poesía, de la ciencia y del pensamiento, no habrá de considerarse nunca como un punto final, como un acabamiento, sino como un acicate hacia nuevas conquistas, como un despliegue de posibilidades futuras.
En esa atmósfera atravesada de pulsaciones vitales, centelleante del peligro que siempre amenaza las manifestaciones desinteresadas de la vida espiritual, queremos erigir estas MORADAS. Nuestro fervor y nuestro entusiasmo esperan despertar la amplia respuesta de atención y de discusión alrededor de los problemas diversos que el destino trágico del hombre suscita en nuestra época; sobre todo, no queremos que se olvide que este destino nos viene de un pasado remoto y que nosotros no somos más que el relevo que ha de transferirlo a quienes vengan detrás nuestro, y que es nuestro deber cuidar porque la acumulación de especulaciones teóricas y de creaciones de arte, venga a ser no una carga molesta, sino el sostén más efectivo, sino la gracia jubilosa que da sentido a la vida.
La tarea difícil y arriesgada no será llevada a bien, si no contamos con la ayuda cálida de todos quienes han puesto su confianza en las expresiones del espíritu, de quienes creen que toda obra de creación -en el pensamiento y en el arte- solamente fructifica en un ambiente de desinterés completo por los halagos y las vanidades, a donde no lleguen intransigencias dogmáticas e interferencias egoístas. A ellos nuestro llamado para apoyarnos y alentarnos.